Equipo SaludActual
Cuando el cuerpo no tiene la proteína necesaria para digerir el azúcar natural que encontramos en la fruta o miel, se generan alteraciones importantes en nuestro organismo, sobre todo en nuestro hígado, debido a que las toxinas se posicionan en este importante órgano.
Antes de hablar de la intolerancia a la fructosa primero debemos comprender qué es la fructosa, pues bien, es un azúcar que existe en la fruta, también se le conoce como levulosa, es un monosacárido y al ser de un solo componente, pasa directamente a la sangre, ya que no precisa digestión.
Para que la fructosa pase desde el intestino a la sangre requiere de la colaboración de la proteína denominada aldolasa B, ésta la transporta directo al torrente sanguíneo y de ahí al hígado. En un caso normal, cuando la fructosa llega al hígado se convierte a fructosa 1 fosfato y sobre ésta actúa en conjunto con la enzima aldolasa B, lo que permite que la fructosa se transforme en otros compuestos que aporten energía, como gliceraldehido.
La intolerancia a la fructosa hace que el proceso anteriormente explicado no se realice, puesto que existe una alteración genética que impide la sintetización de la enzima aldolasa B. En consecuencia, la fructosa no llega a ser gliceraldehido y la fructosa 1 fosfato se empieza a acumular en el hígado, en el riñón y en el intestino.
Los síntomas de esta enfermedad ocurren a nivel de metabolización, lo primero que se vislumbra con un análisis es que la glucosa no se sintetiza, provocando hipoglucemias de gravedad. Cuando los niños comienzan a comer alimentos sólidos y leche maternizada pueden presentarse calambres y dolor abdominal, vómitos, diarrea.
Algunos síntomas pueden relacionarse a una enfermedad hepática como las convulsiones, sueño excesivo, irritabilidad, en los más pequeños ictericia neonatal que se prolonga con el tiempo, hipoalimentación y problemas intestinales luego de la ingesta de frutas y alimentos que contengan fructosa/sacarosa.
Mediante un examen físico se puede encontrar el hígado y el bazo aumentados de tamaño y los ojos y piel de color amarillo.
Desde que se diagnostica la intolerancia a la fructosa se debe seguir una dieta estricta libre de fructosa, sacarosa (compuesta por glucosa y fructosa) y sorbitol que se consume como edulcorante de algunos alimentos, pero al absorberse, aunque sea en pequeña cantidad se convierte en fructosa por la vía sorbitol.
En la mayoría de los casos las personas con intolerancia a la fructosa pueden tener una vida normal cuando adquieren un régimen alimenticio adecuado. Cuando existen algunas complicaciones los pacientes deben tomar medicamentos que disminuyan el acido úrico para evitar padecer de la gota, en algunos niños se puede desencadenar una enfermedad hepática grave, aún llevando una dieta.
Es muy importante acercarse a un especialista, de manera de conocer los litimes de la fructosa que cada persona puede tolerar.
Por Anarella Palma
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